Para Axel.
Había una vez un país que no tenía otoño. Ninguno de sus habitantes recordaba haberlo visto jamás. No había dato alguno de su existencia. Y, como no lo tenían, tampoco lo conocían.
No estaban enterados de que sí existía en otros lugares hasta que un día cayó una hoja seca en el patio de Antonio.
Antonio era un ciudadano muy querido en Talpagara, el país sin otoño. Él vivía en frente de la frontera. Tenía 84 años y nunca en su vida había visto una hoja seca de árbol. Cuando la vió, la agarró y salió a la vereda.
Terminaba su vereda y venía la barranca del Río Verde: la frontera.
Antonio miró para acá, para allá, y nada. Pero, mirando con más atención, vió a una persona bajita en la orilla de en frente del río. Y rápido le gritó: "Ey! Usted sabría de dónde pudo haber salido esta hoja seca que encontré en el patio de mi casa?" "¿Cómo de dónde?" pregunta la persona bajita, "Estamos en otoño, los árboles cambian las hojas en esta estación del año. De verdes pasan a amarillas y luego se caen y vuelan por todos lados."
Antonio no entendía nada. No podía creer lo que escuchaba. ¿Otoño? ¿Qué era esa palabra? Pero sin preguntar más se metió de nuevo a su casa a pensar.
Se imaginó cómo sería eso del otoño, eso de que se caen las hojas.
Tan lindo se lo imaginó que juntó a todos sus amigos para mostrarles la hoja seca, que guardaba como un tesoro, y contarles la experiencia de las dos orillas.
Como todo lo que no se tiene se quiere, todo el país empezó a desear el otoño con mucho fervor. No sabían más qué hacer para que se cayeran de una vez las hojas verdes de los árboles. Un día se pusieron a cantar todos juntos, al mismo tiempo, para que el otoño los escuche y por fin aparezca, pero nada.
Nada de nada no, porque la persona bajita del país de en frente, sí los había escuchado.
Al poco tiempo, los de Talpagara vieron que un puente se estaba construyendo desde la otra orilla del Río Verde hacia la de ellos. Nadie sabía para qué los del país de en frente estaban haciendo eso, pero Antonio y los suyos lo tomaron muy bien y los ayudaron a terminar el trabajo.
Para ese entonces, después de varios meses de trabajo, el otoño se había terminado y en Talpagara ya se habían resignado a vivir por siempre sin hojas amarillas en los árboles.
Pero la persona bajita tenía todo pensado desde hacía mucho tiempo.
En el país de en frente las hojas secas sobraban, había montañas de hojas por todos lados, ya ni los chicos jugaban con ellas.
Entonces la persona bajita empezó a juntarlas. Hojas y más hojas. Las fue guardando en lugares inmensos. Cuando sus vecinos la vieron hacer eso, comenzaron a ayudarla y así se contagió todo el país.
Entre todos consiguieron camiones de carga y los llenaron con todas las hojas que habían ido guardando por todo el tiempo que duró el otoño. Una vez que el puente estuvo terminado, esperaron a que sea domingo, para que todos los de Talpagara estén en sus casas, y salieron para allá todos los camiones cargados de otoño.
Las hojas estaban cubiertas con plásticos para que no se volaran en el viaje.
La caravana de camiones venía por el puente y nadie entendía qué pasaba, pero todos estaban en la vereda mirando.
Antonio ya se imaginaba algo.
Ni bien el primer camión pisó Talpagara, destaparon las hojas secas que estaban cubiertas por plásticos. Y, a medida que los camiones recorrían todo el lugar, llenaban de hojas doradas las calles del país sin otoño.
Los camiones andaban, las hojas volaban. La gente de Talpagara estaba muy agradecida con su país hermano. Todos brillaban de alegría y se reían a carcajadas mientras jugaban a la guerra de las hojas. La persona bajita, muy divertida, también se reía como loca.
Es desde entonces, que todos los años, unidos por el Río Verde, el país de en frente le presta el otoño a su vecino y amigo país Talpaguara.
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Me gusto... mucho mucho tu cuento.
Vi que habia uno y me dieron ganas de leerlo.
De pronto pienso que algo asi es lo que tendriamos que hacer en este pais.
Ves que los viejos somos un desastre?...
ejemplo viviente said...
9:53 AM