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Carta para Marito el solito.

Cansada ya de vivir fracasos, fiascos y desventuras en el hermoso mundo del amor, Julieta se desquitó al fin con el pobre Marito que nada había tenido que ver con las desdichas de Julietita, al menos al principio.

Juli a lo largo de toda su vida se había encontrado con los más raros y pobres tipos que nosotras, sus amigas, habíamos escuchado alguna vez.

Cuando teníamos 16 años y estábamos todas locas en la escuela hablando de cómo tranza uno o el otro, ella siempre se quedaba con el malhumor de haberse agarrado a los chicos menos cálidos de la ciudad. Primero, uno que la besaba sin emoción ni lengua, después otro que siempre tenía gusto a napolitana en la boca. A otro pibe, casi tuvo que obligarlo para que la besara después de haber estado hablando y hablando durante toda la noche. Todos eran tropezones para ella y un mar de risa para nosotras que no dejábamos de apretar y meter lengua con los chicos más musculosos y de las mejores escuelas.

A los 20, cuando ya los temas eran un poco más subiditos de tono, ella seguía deleitando nuestro asombro con sus malas experiencias, muy graciosas en realidad.

Uno de sus primeros amantes, que se hacía el machote, acababa tan rápido que ella ni lo sentía adentro. Otro, que parecía buen tipo, en la intimidad, le criticaba tanto la celulitis del culo, que Juli en vez de calentarse quería llorar. Un flaco “serio” se le apareció con un arito en el frenillo del glande, otros dos colgando del prepucio y uno más en las bolsas de las bolas, ella, miedosa y cagándosele de la risa, lo mandó a mudar. Otro sólo quería metérsela por el culo. “¡Por el culo a vos 20!” decía Juli mientras se acordaba de esa época en la que decía, con su cara de más seria, que ella nunca iba a garchar “por ahí” porque era denigrante para la mujer.

Y todas seguíamos riéndonos, a los 16, a los 20 y ahora.

Lo que pasa es que era (o es) un poco exigente y eso la reprime un poco. Además no era de las más lindas del grupo, pero no se podía quejar, porque ningún pibe se olvidaba nunca del tamaño de sus melosas tetas. Tanto así que uno le ofreció casamiento después de haberse hecho una “turca” en ese paraíso carnoso.

Resulta, que a los 26, después de haber pasado por todo tipo de hombre, varón, pendejo y maduro, ella todavía no había encontrado a su media naranja. No estaba impaciente, pero…

En esto, yo, su amiga de toda la vida, le hago gancho, muy generosamente, con el tipo más sexy que yo había visto en mi vida. Sí, no exagero. Era precioso. Fuerte, masculino y al mismo tiempo delicado, de voz grave y dulce, y cabello despeinado. Lo veías y te morías de amor primero y de calentura después. Tenía 32 años, era gerente de un banco y, encima, se estaba construyendo una casita. Era el partido perfecto para cualquiera. Pero yo, y todas sus amigas sabíamos que era el tipo para Juli porque además él había estado revoloteándole encima y bueno, esas cosas se notan.

Lo que nadie entendía era por qué semejante bomboncito del cielo estaba solo. Miles de mujeres seguramente se le tiraban a diario ofreciéndole el cielo y la tierra a cambio de algún mimito o alguna noche fogosa. “Como él prefiera” decía Valeria, la chica que trabaja en el quiosco de la vuelta de casa, que lo conocía y que no paraba de regalársele en formas diversas.

La cuestión es que estaba sólo, solito. Y no era que le gustaba la poronga, no. Él siempre mostraba interés por las mujeres. Se le habían conocido algunas novias, pero a los pocos meses, otra vez solito. Era raro porque yo o cualquier otra lo hubiésemos agarrado fuerte de ese brazo musculoso y no lo hubiésemos soltado ni en pedo. Pero…

Bueno, al fin, él, alguien “bien”, se había fijado en Juli.

No pasó mucho y ellos ya estaban saliendo. Saliendo a tomar algo, a comer, a jugar al tenis, al cine, a la costanera. Pero nada se pasaba de unos muy cariñosos besos mojados y un par de manitos por aquí y por allá. Pero, nada. Nada de nada más.

Juli ya estaba un poco loca. Loca de amor desde el segundo día, cuando él llego a su casa con un ramo de flores hermosas y una caja de chocolates, y loca también por coger con ese machito de América.

No quería ser ella la que iniciara las cosas, y parecía que él quería guardar “eso” para un momento muy especial.

Sus amigas, ya no sabíamos qué pensar, con qué justificarlo. Estaba todo listo y nada.

Este guapo del que les hablé tan fervorosamente es Marito. Marito, el solito. Y ésta es la copia del mail que nuestra querida Juli le escribió después de varios días de regalos y lindos besos:

“Mario, macho de América:

Ya me imaginaba yo que semejante hombre no podía estar solito por la vida. Ya pensaba yo que algo raro había en tu generosa amabilidad y romanticismo. No podía ser que mi suerte haya cambiado. ¡Si ya lo sabía yo!

No me caliento en ser buena con vos. Lo lamento mi querido. Te dejo hoy, después de nuestro primer encuentro sexual porque la tenés chiquita. Chiquita como un maní, tan chiquita que ni de lápiz me sirve. ¡Con razón eras tan bueno!

¿¡Qué hice yo para encontrarme con vos pija minúscula!?

Te confieso que estoy mal más que nada porque me había encariñado con vos, pero no puedo tener una pareja sin pito. Y disculpame si soy muy violenta en esta carta, lo que pasa es que estoy podrida de encontrarme siempre con un hombre raro. Raro por esto, raro por lo otro, ¡nunca uno bueno, che!

Así que bueno, chau Marito. Te dejo solito.

(Lo que se van a reír mis amigas cuando se enteren…)

Juli, la cagada por elefantes.”

2 comments:

jajajajaaja
Muy bueno, aunque se olía el desenlace, truculento y minúsculo.

10:49 AM  

A grandes males, pequeños remedios...

Gracias Ingrid, bueno bueno, de verdad.

Me ganó de mano el amigo Crow acá arriba, aunque yo iba a decir que al final "casi no se lo veía venir" ;-)

2:34 AM  

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