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iLERA

Nos metimos a dormir. La cama era más chica de lo que me había parecido ayer cuando estuve con J.J. y me sentí un poco incómodo con su olor a señora que trabaja mucho.
Ahora era L.R. quien se tiraba en la cama. Se tiró. No reaccionaba ni a mis empujones, ni a mis gritos así que la alcé para acomodarnos bien y, vestida y todo como estaba, con esos duros pantalones de jean claro, la metí abajo de la única frazada que nos había tocado por esos días.
A medio metro de, ahora, nuestra cama, para la izquierda, estaba esa chica flaca, un poco avejentada y de intensas expresiones que apodé Rula para nombrarla acá y algún que otro sábado de cantina. La Rula era una mota de pelo enredado con una personita chiquita y amarilla abajo.
Para el otro lado estaba el gordo del ex 5º D. Lo tuve que soportar antes en el edificio y ahora acá. Era increíble. Hay veces que quiero que se muera, bueno… que simplemente deje de venir acá, así su lugar queda vacío y puede venir a ocuparlo alguien más, alguien sin tantos olores y ruidos intestinales. Pero últimamente, no consigo nada de todo lo que quiero.
Antes, en el bar yo no estaba tan borracho como W.L. y sin embargo seguia sin moverse de la barra cuando nosotros nos fuimos. Yo no podía emborracharme, tenía que controlar mis tragos para no perder lo que me quedaba de caballerosidad, (que poco era). Ella casi que me obligaba. Me mantuve al límite. Aunque no había otra cosa en el mundo que quisiera más que morirme de alcohol esa noche. W.L. no dormía acá, no me acuerdo si vino por unos días o no. No importa, nunca le llevé el apunte.
Algunas vueltas me juntaba a tomar algo con J.L. y W.J. Éramos un buen grupo, pero un buen día esos encuentros se volvieron mudos y, sin saber cómo, nos rescató de la casi inevitable demencia la R.S. que por esos días se la jugaba de heroína.
Lo que pasa es que los chicos…
De todos modos, nunca dejé de darme un gustito con alguna que otra cosita. Igual, pasado unos años empecé a tomar lo que encontraba por ahí o regateaba de por allá. Algún vinito baratito, ginebra seguramente reducida con agua, que me fiaba el de la vieja cantina, o algún licor ya fermentado que encontraba en los elegantes basureros de las casas de la gente bien. Bien. No como esta señora que tengo al lado, casi pegada a mi piel, que me acalambra el brazo con su pesada cabeza. No. No, gente bien.

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